Lo complejo de una provocación simple

complejidad de un cuadro de Claudio Bado

La necesidad de simplificar para entender es parte de nuestra condición humana. La tentación de pasarnos de rosca simplificando, ha acarreado males funestos a la humanidad toda, si me conceden la referencia homérica.
Si nos tomamos como punto de partida, los seres humanos podemos darnos cuenta de un modo simple lo complicados que somos. Gestionar esa complejidad tiene diferentes nombres según se mire de un punto de vista científico, filosófico, sociológico. Gestionar esa complejidad es una responsabilidad con uno mismo y un acto de respeto con el colectivo en el que uno se desenvuelve.

Jorge Wagensberg que es un filósofo de la ciencia, un hombre que está vivo y dispuesto a experimentar en toda su complejidad ese azar, tiene un librito (por lo cortito) enorme (por su contenido magistralmente complejo) que se llama “Ideas sobre la complejidad del mundo” en donde propone de modo ameno mas exigente que la simplificación tiene un límite más allá del cual caemos en procedimientos científicos y filosóficos perversos. Dice que hay algo “insostenible en la visión que la ciencia de los útlimos años tiene de la complejidad: la defenestración de lo complejo por excepcional y artificial”.

“¿Sabemos siquiera lo que deseamos saber? ¿Cómo empieza la elaboración del conocimiento? Una respuesta viene de la mano de una pregunta, una pregunta de la mano de una inquietud y una inquietud de la mano de un estímulo que nos llega del exterior vía sensorium. El elemento central es la inquietud que turba nuestro espíritu. Es una complejidad que nos inquieta por desconocida, precisamente. En este momento no sabemos lo que nos gustaría saber; sólo hay una cosa clara: la complejidad debe ser tratada…”

¿Por qué les he metido en este lío?

Yo entiendo que una cultura que tiene la capacidad de evolucionar y sobreponerse al cambio de los tiempos durante miles de años es digna de ser atendida en su complejidad. Nada simplemente simple sobrevive tanto. No por lo menos que yo sepa. Podemos simplificar y decir que el vino es vino, es un líquido más y que así debe entenderse. Y que por lo tanto los comunes mortales, seres humanos simples perturbados en su sencilla paz intelectual por ideas complejas, debemos dejar de preguntarnos por la cultura del vino, dejar de maravillarnos por las formas en que se hace, abandonar la curiosidad por aquellos que lo hacen, dejar de preguntarnos por los procesos y entregarnos al simple placer del disfrute.
Para Ryan escribir esto es una provocación simple; para mi aceptarla significa el disfrute de pensar una respuesta compleja 😉

Porque deriva directamente hacia consideraciones más delicadas, que tienen que ver con hasta dónde llevamos el hecho de que el fin justifica los medios. Y hasta dónde contribuimos en simplificarle el mensaje al ciudadano y masticarle el complejo bocado de la convivencia, hasta dásrelo resuelto en una simplificación de la vida democrática, que termina más por degradarla que por hacerla más próxima. Por eso nos cuesta cada vez más intercambiar opiniones y discutir a partir de contenidos y no de ver quién pega más duro, se ofende más y otras cosas que en un mundo claramente llevado por hombres, son tan importantes.

Ningún discurso es inocente. Ninguno. Así creo que no hay que jugar con simplificar ni siquiera el inocente discurso del vino. Respeto que haya personas a las que les de pereza profundizar, preguntar, abonar su curiosidad. La discusión del vino no es para nada inocente. Me he visto envuelta en momentos difíciles con amigos que quiero mucho simplemente por un tema de levaduras.

Sidharta tenía su vida resuelta. Caminaba sobre mantos de rosas que se rehacían a su paso, tenía las mujeres y los hombres más bellos, la vida resuelta, tenía vedado ver las cosas que le mortificarían y causarían dudas; lo único que tenía que resignar a cambio era su curiosidad.

Melibea podría haber aceptado las palabras de Calixto sin más sobre su fermosura, sin embargo no pudo aguantar su curiosidad y le repreguntó a Calixto en qué radicaba su fermosura, dando pie así a la novela romántica.

Todos los amantes del vino buscamos, respiramos hasta enloquecer a nuestras narinas y agotar nuestra memoria. Damos vueltas el vino en la boca, lo masticamos y probamos a ver qué pasa y a dónde nos lleva. Y este camino lleva de manera inevitable a preguntarnos de dónde viene, cómo se hace, quién lo hace.

No se puede simplificar la curiosidad. Puede atontarse, disfrazarse, lo que quieran pero no son esos los caminos hacia la revolución, sino más bien hacia el conformismo que trae más de lo mismo, aburrimiento, un presente contínuo. Por lo tanto es buena la provocación de Ryan. Fuerza lo simple para buscar lo complejo. Soy así de optimista.

Establecidos estos puntos por mi parte, escribiré entonces en otro post, cómo creo que es y que debería ser la comunicación de las bodegas; cómo creo que podrían aportar a un discurso que las trascienda y las ponga en otro sitio mejor que el habitual discurso que deja tranquilo al cliente pero no conmueve a nadie.

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