bar Muy Buenas Barcelona by Vincent Pousson

Vincent Pousson publicó en Facebook la foto de un bar modernista en el barrio del Raval de Barcelona con la leyenda de que cada semana se destruyen varios como ese. Los comentarios no se hicieron esperar y al cabo de minutos se podía hilar un manifiesto acerca de la necesidad vital para la ciudad de preservar su patrimonio cultural.

En nuestra cultura latina, estos bares, han sido sitios de encuentro, de conversación, de debates, de mantener cultura sirviendo los brebajes de siempre, mejores o peores. Los bares son ágoras. O lo eran.

Arrasar con esta parte de la cultura, indica uno de los fans de Vincent, es igual a depredar el Amazonas. No hay real consciencia del destrozo irreversible que se está haciendo.

¿Cómo detener esta fuerza devastadora? ¿Cómo es que pasa esto? ¿Quién tiene la responsabilidad de la preservación? ¿Tiene algo que ver la política?

Por supuesto. La respuesta es política, la solución está en la política, así como la actual destrucción.

Barcelona no es Madrid. Madrid, una ciudad conservadora desde hace décadas, que vota de modo aplastante fórmulas políticas reaccionarias, sin embargo tiene una consciencia de su patrimonio a prueba de todo. Hay un bar al lado del otro, a cual más guapo, antiguo, con solera, todavía con olor a cigarrillo. En Madrid hay vida, movimiento. La gente habla fuerte, la testosterona por cierto, campea. Si un bar está a tope, vas al siguiente, sin tener que pensar en tomarte un taxi, atravesar la ciudad y llegar a otro. No. Hay uno al lado del otro. ¡Los madrileños resisten, no se entregan!

Barcelona no es Bilbao. ¡Ni hablar! En Bilbao hay un bar al lado del otro. La gente hace vida en la calle. Sacan el zurito a la vereda y encienden el piti o el porro, no nos engañemos ni seamos mojigatos. ¡Ah! Me encanta Bilbao. Es bella, rica, hay mucha gente agitando en la calle, los barecitos son divinos, desbordan, son ciertamente tan incómodos como adorables. La gastronomía de pintxos es fabulosa y la gente sale a tomarse un cosechero, un rioja, o una cervecita. Pero el vino es parte de la cultura popular del bar.

Barcelona no es San Sebastián, ni Vigo, ni Santiago de Compostela. Y no es el Sur. Con zu grazia, zu zalero, zuh tapitah, zu cante y zu baile, zuh muhereh hesuberanteh, redondah, sesihs… Con sus tapas que vienen con la bebida que ya quedas cenao o comio.

¿Qué es Barcelona?
Barcelona es cosmopolita. Es la ciudad más biodiversa de España. La menos reaccionaria, la escala casi perfecta. No es capital, apenas vivimos tres millones de personas, y la salida al mar le da un respiro único. Los que se conforman viven del cuento de lo que fue. Combativa, anarca, cuna de Salvador Antic y del Liceu, mirando siempre cap a Paris. Incubadora de la gauche divine, paridora de los proyectos culturales más importantes acaso del siglo veinte en la península. Barcelona puede ser la de Picasso, la de Miró, la de los proyectos editoriales más importantes del mundo hispano como la editorial Anagrama de Jorge Herralde. Pero también de los nuevos proyectos para los nuevos mercados y los nuevos consumidores, como Pensódromo. Barcelona sigue siendo, no sé por cuánto tiempo, la capital del mundo editorial en español. Somos más de 600 millones de hispanohablantes en todo el mundo.

Barcelona es la ciudad natal de Manolo Vázquez Montalbán, Terenci Moix, Maruja Torres, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Carmen Balcells, Ferrán Adrià, los hermanos Torres, el Rafa de Gresca, Alfons de Mamiteca, y de todos y cada uno de los chefs de patatas bravas de cada bar del centro y la periferia. Barcelona es la ciudad de las bodegas y los colmados. Y de Monvínic. Y de los inmigrantes con cojones y con ovarios, como Favio y Riki de La Luna de Júpiter y Flor de Lo de Flor. Barcelona es guapa, yo la quiero un montón.

Pero también de todas las ciudades que nombré antes es la que se ha rendido más rápido al embite del dinero. Es la que ha demostrado menos consciencia de si. Es la que ha mostrado el culo y ya. Y todo ello con una pátina de discreción, a la catalana, pobre Millet con la vergüenza que ha pasado, respecteu el descans dels veïns, recoge la caca del chucho, no mees en la acera pública que te multo, no seas puta en público que te mando de vuelta al África subsahariana, no hables fuerte, NO.

Y es también una clase política absolutamente desconectada de la realidad, corrupta y pusilánime, intentando articular un discurso imposible que conforme a los votantes, que en el caso de los habitantes de la ciudad, son una minoría aplastante y nada emprendedora. La revolución se hace desde los márgenes.

Mientras los políticos sacan de la galera ridículos y casposos programas de catalanidad para darte el derecho a ser un ciudadano al completo, los pakis montan sus corners, “esconden” en las cloacas las latas de cerveza que compran a plena luz del día en el Macromercado, y te las venden al susurro de ceveza, bia, coca, chocolate, speed. Los rusos, dicen, se han comprado ya todos los negocios de las ramblas, y las paradas de flores que dan nombre a la parte de las ramblas que se llama Ramblas de les Flors, son tomadas por pakistaníes que no vacilan en meterse las flores por donde les quepan e invaden la vía con displays con cadenitas y souvenirs varios.

Se dice que hay programas de exención impositiva para ciertos colectivos por los que a los new comers se les exime de pagar impuestos por unos años, tres, cinco, y que el truco está en pasarse los bisnes de unos a otros.

Los chinos mientras tanto van comprando bares. Te ponen máximo 20.000 euros constantes y sonantes sobre la mesa. Tómalos o déjalos. Es lo que hay. ¿Sabes cómo? Una vez que te muestran la zanahoria, eres pan comido.

En Barcelona pasa lo que dice Vincent en su foto, se destruye cada semana un trozo irremplazable de patrimonio, se pincha un balón de oxígeno cada vez que un bar o un colmado se vuelve una tienda de souvenirs o un superspar.

Y es que en Barcelona la normativa atiende los derechos humanos, como me soltó en la cara una regidora del distrito de Ciutat Vella en las regias oficinas que ocupan al lado del Convent de Sant Agustí.

¿Cómo? Le pregunté. Me dices que mi glamorosa tienda con degustación de vinos (como la que tiene Quim Vila en la calle Agüllers), buscados, encontrados, hechos con todo tipo de cuidados, expresión absoluta de una parte muy importante de la cultura mediterránea, es competencia del superspar que queda a menos de cien metros cuadrados de donde me quiero instalar?

Si, me contestó segura, militante, pletórica de rastas que blandía cual pancartas, es un derecho humano.

La cosa está chunga. El diálogo imposible. El nivel dirigente ni a la altura de un corcho.

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo resistir? ¿Pasamos a la desobediencia civil?

Yo me apunto a debatirlo, porque me niego a ser la próxima rata que abandone el barco.

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